Dictaduras
Latinoamericanas en el siglo XX
En América Latina, Las
dictaduras militares precisamente, complementan una particularidad difícil de
explicar, puesto que podrían entenderse como la consecuencia de un derrotero
común en la formación ideológica, que nos infunde una especie de vocación hacia
las dictaduras. Por lo mismo, tal vez es probable hablar de dictaduras
militares unificadas en una sola descripción que se adapta a todas las
experiencias.
En tal sentido comprendemos
que las dictaduras tienen no sólo aristas políticas, sino también ideológicas,
sociales y económicas. Por ello examinar aquellos componentes comunes en la
génesis política, social e ideológica que las hizo posibles, nos entrega un
recurso más para la comprensión de la identidad latinoamericana.
Para nuestros
propósitos esta convergencia de poder político y económico establece marcadas
jerarquías sociales, que definirán un modo de entender la sociedad
latinoamericana. De manera que en algunas regiones la explotación de los
sectores sociales bajos, mediante el sistema de inquilinato (agrícola) o el
esclavismo (cafetalero) favorecieron a la construcción de una idea de poder
político-económico centralizado, hegemónico, paternalista, alrededor del cual
se ampara la población, en una relación de supervivencia, que comprendía además
la fidelidad y sumisión, trascendiendo de lo material, hacia lo ideológico. Bajo
el orden conservador, el objetivo y resultado principal de la dominación
oligárquica era reproducir la fuerza de trabajo rural y permitir su explotación.
A partir de los últimos decenios del siglo XIX; el campesinado, además, comenzó
a proporcionar al sector terrateniente otro tipo de recursos como: los votos.
El control de los sectores campesinos más subordinados convertiría gradualmente
al terrateniente en el único sector de las clases dominantes que, además de
estar económicamente relacionado a un sector social subordinado, podía
utilizarlo, en forma estable, como masa de maniobra en las contiendas
electorales. Esta circunstancia iba a tornarse particularmente importante a
partir de 1920 con el proceso de progresiva apertura democrática.
Es importante destacar
que en este periodo los terratenientes explotaron, económicamente, el modelo
monoproductor. La aguda dependencia de la exportación de monocultivos tales como
el café y el azúcar en Centro América, el salitre y el estaño en América del
Sur, hacia una Europa en expansión, generó posteriormente la crisis económica
durante la primera guerra mundial, cuando este viejo continente redujo
considerablemente el nivel de importaciones arrastrando consigo el derrumbe del
modelo monoexportador, el empobrecimiento de los países latinoamericanos y su
consiguiente retraso tecnológico, cuya superación y modernización será la carta
fundamental a la que apostarán años más tarde, las dictaduras militares.
El factor de impacto de
estos regímenes fue que generalmente trataron de justificar su presencia en el
poder como una forma de traer la estabilidad política para el país o de
rescatarla de la amenaza de "ideologías peligrosas". Los regímenes
militares tienden a retratarse como independientes, como un partido "neutral"
que facilita al país una dirección interina apartidista en épocas de la
agitación, al tiempo que presentan a los políticos civiles como corruptos e
ineficaces.
Ahora bien, las
diferencias sociales y la pauperización del trabajador exaltaron en la lucha de
clases, la adopción de ideologías marxistas y posteriormente la lucha armada
(revolución cubana, movimientos guerrilleros en Perú, Bolivia y Venezuela) del
trabajador convertido en obrero, contra una oligarquía convertida en Burguesía.
La incorporación de las doctrinas socialistas a Latino América, acarrea a las
décadas venideras, demandas sociales, manifestaciones masivas y la aparición
del populismo, aquí se presenta a algunos regímenes militares en países de
Latinoamérica, caso de Bolivia, con la dictadura del general Hugo Banzer, entre
1971 y 1978. En Paraguay el general Alfredo Stroessner, quien gobernó ese país
durante treinta y cinco años, desde 1954 hasta 1989. En Chile fue el General
Augusto Pinochet que gobernó desde 1973 a 1990. En caso de Perú durante el
siglo xx hubo varios gobiernos dictatoriales Sanchéz Cerro que derrocó a
Leguía, Oscar R. Benavides, Odría, luego el General Juan Velasco Alvarado,
desde 1968 a 1975, denominado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas,
luego gobernado por Francisco Morales Bermúdez. En Argentina fue el General
Jorge Rafael Videla de 1976 a 1983. Otro dictador militar que se mantuvo por
mucho tiempo fue Anastasio Somoza García, quien gobernó Nicaragua entre 1936 y
1956 y estableció una dinastía familiar que gobernó el país hasta 1979. También
en Colombia entre 1953 y 1957 el general Gustavo Rojas Pinilla.
Desde esta perspectiva,
a partir de los años 50 de la centuria pasada, combatir la expansión del
Marxismo-Leninismo en América Latina se convirtió, en uno de los principales
móviles de las intervenciones militares. Así quedaban las puertas abiertas para
las Fuerzas Armadas en la represión de los movimientos insurgentes y de los
partidos de tendencia izquierdista en general, que serán precisamente, su
principal blanco de exterminio. El modelo cubano y la posibilidad del avance
comunista eran contemplados con preocupación por los sectores conservadores que
ante el temor a la revolución, aprobaban la represión militar.
De tales definiciones
desprendemos que con la inserción de la izquierda en Latinoamérica, países como
Perú, llegaron a polarizarse hasta el punto de dividirse en grupos antagónicos:
al parecer que el resultado final de este conflicto fue la integración del
conjunto de la clase propietaria alrededor del ejército, en su lucha contra las
fuerzas populares organizadas por el Apra y el PC. De manera que este
enfrentamiento quizá sentó los fundamentos de un conflicto que tomó
simultáneamente, un carácter clasista e institucional -Apra y ejército- que
definió la lucha política de las próximas décadas. En consecuencia, a partir de
entonces la lucha de las clases básicas de la sociedad se expresó mediante el
conflicto que contraponía el ejército al Apra, cada uno de ellos asociando en
bloque a distintas clases; así el país pasó a dividirse en dos partidos: el
aprista y el antiaprista, comandado este último por el ejército.
Las dictaduras se
comprenden entonces, como la forma de enfrentar el desarrollo de los
movimientos izquierdistas que irrumpen en los años 30, con el componente
antagónico de la posterior guerra fría y la consolidación de Estados Unidos
como potencia internacional tras la segunda guerra mundial. Lo anterior no solo
es una anécdota sino un antecedente de importancia al examinar los golpes de
estado militares avalados por el imperialismo norteamericano. Lo habitual era
que los militares buscaran el consentimiento de la embajada norteamericana
antes de dar el golpe de estado, de esta forma obtener una mayor legitimidad y
reconocimiento internacional. Esto sin contar con los quiebres del orden
institucional que fueron directamente impulsados desde Washington. Estados
Unidos reforzó la posición de los militares golpistas invirtiendo millones de
dólares en los ejércitos latinoamericanos, especialmente con préstamos que
permitieron renovar el viejo armamento disponible. Una excepción a esta
situación la protagoniza Perú y el levantamiento militar de 1968. Las
determinaciones del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, lejos de
contar con el apoyo Norteamericano, significó tensiones gubernamentales que
fueron solucionadas posteriormente por la vía diplomática. El siguiente párrafo
se refiere precisamente a la expropiación y toma, por parte de la milicia
peruana, del complejo petrolero administrado por Estados Unidos. Al contrario
de lo que se esperaba, el gobierno norteamericano respondió cautelosamente. Si
bien la Standard Oil exigió el cumplimiento inmediato de la Enmienda
Hickenlooper, que dictamina el corte de la cuota azucarera norteamericana a un
país que no cancele de manera inmediata el valor de una empresa expropiada, las
restantes compañías norteamericanas residentes en Perú presionaron ante su
gobierno para que ese conflicto se encarrilara por los canales diplomáticos.
Asimismo, parece que en el interior del Departamento de Estado, la experiencia
cubana llevó a considerar el problema sin precipitación. Había que impedir que
por las presiones norteamericanas el gobierno peruano se cubanizara. (...) La
decisión de los militares peruanos de actuar de esta manera no respondía por lo
tanto a un oportunismo político sino a la convicción de que era necesario
correr el riesgo, tal vez desmesurado, a partir del cual podían estar seguros
de poder realizar la denominada segunda
independencia de Perú.
Del análisis anterior
precisamos que la reacción norteamericana siguió siendo de extrema cautela.
Estados Unidos buscó la manera de resolver las diferencias por la vía
diplomática y de alejar la posibilidad de llegar a una situación de no retorno. Ahora bien, si las dictaduras
llegaron a concretarse, no es tan solo por el apoyo norteamericano, es porque
encontraron un espacio apropiado en la sociedad latinoamericana, heredera de
algo más que diferencias sociales de la etapa oligárquica. Una sociedad
jerarquizada, que asume y acepta el paternalismo benefactor de la clase
gubernamental. Una sociedad que hereda también el desprecio hacia el indígena,
que si bien se mantuvo siempre en lucha constante por el acceso a la tierra,
frente a la autoridad gubernamental usurpadora, fueron las dictaduras quienes
reprimieron más fuertemente las comunidades existentes. En Chile, la represión
militar más severa a las comunidades indígenas comenzó meses antes del golpe de
estado de 1973. Esta operación militar
que se dio en la zona de la costa, todavía en democracia, dos semanas antes del
golpe del 11 de septiembre, era parte de una serie de allanamientos hechos por
las Fuerzas Armadas bajo la justificación de la ley de control de armas.
La imagen del dictador aunque
la presencia militar es constante en toda la historia de la Latinoamérica
independiente, es en las décadas de los 60 y los 70 que los golpes militares se
hicieron algo corriente. Un general, o coronel, con apoyo de sus compañeros se
lanzaba a la conquista del poder. O bien, una corporación militar en pleno,
intervenía en la vida política. Sin embargo, y a pesar de resaltar que las intervenciones
han sido generalmente corporativas, en el imaginario Latinoamericano ha
perdurado indeleble la figura del Dictador.
Cebe precisar que la
represión militar en Latinoamérica entre las décadas 60 – 80 del siglo XX,
existieron cooperaciones entre los dictadores sudamericanos para establecer una
organización represiva internacional denominada “Operación Cóndor”, que ejecutó
un plan sistemático y minuciosamente organizado para lograr la vigilancia,
detención y tortura de los opositores al régimen, más allá de las fronteras.
Finalmente, es
necesario incidir que la propagación de las dictaduras no sólo se debió al
carácter sumiso de la sociedad latinoamericana. El modelo monoproductor
exportador que explotó la etapa oligárquica, concluyó con el empobrecimiento y
retraso de los países centro y sudamericanos, por lo que la carta de
presentación de las dictaduras fue la modernización infraestructural, la
apertura a los mercados internacionales y la inserción de la idea de progreso a
cualquier precio. Esto último es efectivamente literal al examinar las
políticas de endeudamiento llevadas a cabo, que posteriormente azotaron al continente
con la deuda externa. La ruta hacia el progreso, unido a la inyección de un
componente ideológico nacionalista, determinó también las largas décadas de
dictaduras militares latinoamericanas. Casualmente, la reformulación del
aparato productivo, con los consecuentes cambios del modelo económico que
instauraron las dictaduras militares, enterraron definitivamente a la clase
oligárquica que fue, paradójicamente quien permitió el ingreso de las
dictaduras militares a América Latina.